lunes, 1 de octubre de 2007

PODER NACIONAL SURAMERICANO

Gilberto Merchán y José Jesús Villa Pelayo

El impresionante movimiento hacia la segunda independencia de la América Latina - esta vez del poder político y económico de Estados Unidos - cobra cada día nuevos impulsos. Se trata de la emergencia del Poder Nacional Suramericano, con un programa político y social que pone énfasis en la soberanía económica, financiera, energética y comercial de la nación latinoamericana, apoyada en un creciente poder político, absolutamente independiente, que no debe demorar en proyectarse también en el plano militar.

Al mismo tiempo, y no menos importante, el espacio político suramericano ha sido capaz de generar una formidable respuesta a los complejos desafíos que plantea la visible decadencia del antiguo orden mundial. Se trata de un novísimo proyecto revolucionario, la propuesta de un nuevo modelo de sociedad basado en la particular cultura y valores trascendentes de la nación latinoamericana: el socialismo del siglo XXI.

El Poder Nacional Suramericano
El proceso de reequilibrio mundial que en estos momentos tiene lugar, ha desatado en Suramérica (en Latinoamérica, en general) un proceso apasionante de reordenamiento geopolítico, geoeconómico y geocultural que ha contribuido vigorosamente a destruir la pretensión angloamericana de constituir un imperio global. Hay que recordar siempre que la América Latino-caribeña conforma un inmenso continente de más de 500 millones de habitantes. En primer lugar, puede darse ya por fracasado el cuidadoso plan estadounidense destinado a proporcionar un firme piso jurídico a su pretendida hegemonía en América Latina. La OEA no pudo cumplir con la tarea prevista de control político, así como ha resultado imposible encuadrar a las fuerzas armadas de los países de América Latina en los planes hegemónicos de los Estados Unidos.
Por su parte, el ALCA, proyecto acabado de apertura de los mercados latinoamericanos a las transnacionales estadounidenses, quedó también en la estacada, y el destino de los alquitas, los tratados bilaterales de libre comercio, es bastante inseguro.
Permanece, no obstante, el tinglado maestro del sistema de bases militares y grandes proyectos de infraestructura - elaborados con lujo de detalles- como el IIRSA y el Plan Puebla Panamá. En cuanto al Plan Colombia, concebido inicialmente para extenderse por toda la región andina, parece desfallecer en medio de la debacle republicana y la incapacidad manifiesta del Presidente Uribe para imponer su programa de guerra total a la insurgencia.
Para América Latina, Estados Unidos había diseñado un plan estratégico maestro que contaba con cinco elementos desplegados simultánea y coordinadamente en el plano militar y en el plano geoeconómico: ALCA, Tratados de Libre Comercio, Plan Colombia y sus derivados, Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) y Plan Puebla Panamá. Todos han fracasado o se encuentran en vías de fracasar.
Batalla Política
Los estados e instituciones nacionales latinoamericanas, al mismo tiempo, han venido fortaleciendo en grado apreciable su capacidad estratégica y táctica para oponerse a los planes imperiales para la región. La Revolución Bolivariana y el liderazgo del Presidente Chávez han vigorizado la posición de otros gobiernos en Suramérica inclinados en diversa medida a recuperar la soberanía de sus respectivos países, e incluso a propiciar mecanismos eficaces de unión continental.
Han aparecido nuevos focos de firme independencia: Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Haití y los países anglófonos del CARICOM reciben, por su parte, la influencia benéfica de Venezuela y de las fuerzas latinoamericanistas.
En resumen, un número creciente de países latinoamericanos ha dejado de alinearse incondicionalmente con las políticas norteamericanas y, en particular, rechazan las agresiones militares del imperio en todo el mundo. Poco a poco va quedando atrás el criminal aislamiento diplomático y comercial a que fuera sometido el pueblo cubano. Esto ha contribuido decisivamente a que los planes militares agresivos en contra de Cuba hayan tenido que postergarse.
En lugar del viejo orden balcanizado, en definitiva, se perfila ahora un eje geopolítico continental que tiene a Caracas y Buenos Aires como sus focos de irradiación política, con conexiones importantes a diversas capitales de la nación latinoamericana, y en espera de la resolución del sordo conflicto que se libra en el Brasil por la incorporación definitiva de este gran país al proyecto continental de la patria grande, o del Poder Nacional Suramericano.
El imperio, entre tanto, sufre tropiezos sin cuento. El Plan Colombia, por ejemplo, tan emblemático del empeño imperial por controlar política y militarmente a la región andina, luce ahora tan atascado como las operaciones militares en Irak. En Colombia se empieza a vivir un visible auge de las luchas populares y no es aventurado predecir un triunfo final de las fuerzas patrióticas. La resolución favorable de la situación política en ese país puede ser también decisiva en cuanto al rumbo de los acontecimientos regionales, en lo inmediato.
Batalla Económica
Un aspecto crucial de la lucha que América Latina libra por su segunda independencia es el esfuerzo por establecer un espacio de poder económico propio y orientado hacia el cumplimiento de los grandes objetivos de la nación latinoamericana. Y el núcleo alrededor del cual tal espacio tiene oportunidad de desarrollarse y crecer no es otro que el Mercosur. Se trata de un mecanismo originalmente concebido para fines de integración de las economías regionales, con postergación de la política, de acuerdo a la moda impuesta en la primera época del Mercosur por los grandes gurúes del fundamentalismo del mercado. Un mecanismo comercial organizado con la mirada puesta más en las operaciones e intereses de las grandes corporaciones transnacionales y sus socios regionales que en la necesidad de fortalecer un polo independiente de poder económico suramericano.
Por esa razón, y por otras que atañen a las asimetrías económicas de los socios mayores originales –Argentina y Brasil -, así como a la insatisfacción creciente de los socios menores –Uruguay y Paraguay -, el Mercado Común del Sur había entrado en un atajo de crisis permanente que amenazó muchas veces con destruirlo definitivamente.
No obstante, el Mercosur ha podido sobrevivir, y aun entrar en una etapa de fortalecimiento, a pesar de los tropiezos conocidos, gracias a la determinación política de los líderes actuales de los países miembros. Subsisten numerosos problemas, sobre todo en cuanto a la reformulación de los objetivos de este promisorio espacio de integración económica. Es de esperar su reorientación hacia metas más ambiciosas de satisfacción de las necesidades económicas y sociales de todo el continente. El reciente ingreso de Venezuela al Mercosur abre nuevas perspectivas en cuanto a este deseado cambio de dirección.
El llamado Pacto Andino, por su parte, languidece y se debilita ante la arremetida de los Tratados de Libre Comercio suscritos por Colombia y Perú con los Estados Unidos. Pero, al mismo tiempo, ha venido surgiendo con fuerza notable un novedoso espacio de cooperación económica en el ámbito latinoamericano. Se trata del ALBA –la Alternativa Bolivariana para las Américas-, una realidad que ya se traduce en la creación de nuevas empresas, en la suscripción de importantes acuerdos comerciales y en el creciente interés de muchos países por participar en la iniciativa.
En general, puede afirmarse que, en lo que se refiere a las políticas económicas, al menos Suramérica parece encaminarse ahora hacia una nueva era que deja atrás las recomendaciones extremas de desregulación financiera, apertura irrestricta de mercados, privatizaciones y debilitamiento del papel del estado, que habían caracterizado la última década del siglo XX. Particularmente después del desastre argentino, que culminó en la crisis general de finales de 2001, el continente parece haber caído en cuenta del peligro que representan tales políticas suicidas. Una vez abandonada la locura, economías como la venezolana y la argentina registran un importante crecimiento del PIB, sostenido durante varios años consecutivos, y muestran unos indicadores macroeconómicos bastante presentables.
Suramérica ofrece hoy, en general, un contexto de creciente desarrollismo que vuelve a colocar al estado en el centro de la dirección, promoción y regulación de una economía orientada hacia la integración de un amplio y sólido mercado interno. Al mismo tiempo, también se ha emprendido una defensa exitosa de políticas comunes en foros como la OMC.
La región se ha abierto hacia otros mercados alternativos, y explora posibilidades distintas al consabido interés por Estados Unidos o la Unión Europea. China, por ejemplo, participa cada vez más en el escenario económico latinoamericano y se ha convertido, de hecho, en el primer socio comercial de países como Argentina. El emergente gigante asiático muestra creciente interés en el suministro de materias primas como el cobre chileno, el níquel cubano y el petróleo venezolano, y su nivel de intercambio comercial con la región supera hoy los 70 mil millones de dólares. China, y en menor medida Rusia, se acercan paulatinamente a la América Latina, y no es difícil prever, en el futuro inmediato, un flujo continuo y creciente de inversiones, sin ningún género de temores, hacia este continente de la esperanza.
En contraste, los grupos económicos y financieros que hasta ahora han dominado el mundo sólo han venido aspirando a la reducción de impuestos y a la eliminación de toda traba al flujo de capitales y de inversiones. Esta era la base de la famosa globalización.

Siempre con la amenaza abierta o solapada de la embestida política, de la desestabilización, o en último término de la invasión militar, Estados Unidos ha intentado lograr sus propósitos en la América Latina por medio de una agresiva política económica y comercial que se complementa con el férreo control de un sistema financiero que tiraniza al mundo a través del sistema de los bancos centrales.

A pesar de este debilísimo flanco financiero, hoy en día se reconoce la fortaleza suramericana en materia de energía, recursos mineros y agrícolas, así como sus importantes desarrollos industriales y tecnológicos en biotecnología, agroindustria e industrias culturales. Venezuela posee una de las reservas petroleras y gasíferas más importantes del planeta.
El Brasil, por su parte, descuella en sectores estratégicos, como el nuclear, el aeroespacial y el de telecomunicaciones. Se trata de un inmenso país industrial, la octava economía del mundo, dotado de enormes reservas naturales y capacidad humana.
Lo más importante, con todo, viene a ser la tenaz identidad histórica de la América Latina y el Caribe, que se muestra tanto en la diversidad y vitalidad de sus culturas como en su fuerte tradición de soberanía nacional, oscurecida no obstante en algunas terribles ocasiones.

Batalla Financiera
El proyecto de desarrollo latinoamericano se encuentra ante todo amenazado, como es ampliamente sabido, por la extrema vulnerabilidad financiera de la región. Un imperativo actual es el de volcar decididamente las economías hacia un mercado interno unificado, por lo que ahora se habla con insistencia de un desarrollo endógeno que requiere, a su vez, de nuevas instituciones financieras independientes, al igual que un control riguroso de los recursos naturales y de las tecnologías.
De esta necesidad ha surgido la idea de crear el Banco del Sur, un ente central alrededor del cual se deberá organizar una red de instituciones financieras al servicio del desarrollo. Se trata de concebir e instaurar una nueva arquitectura financiera que pueda preservar a la nación suramericana de los problemas derivados del declive sostenido del dólar, así como del descalabro inevitable que parece aguardar al sistema financiero mundial. En principio, los recursos iniciales del Banco del Sur provienen de las reservas internacionales de los países de Suramérica.
El proyecto consiste en avanzar hacia la ampliación y consolidación de este espacio incipiente de independencia financiera, el cual debe culminar con el lanzamiento de una moneda única suramericana.
Desde que Kirchner obligó al FMI a ceder en el refinanciamiento de más de 3 mil millones de dólares a ser pagados por la Argentina, comenzó una nueva era en la realidad financiera de Suramérica. Ahora ya es frecuente que se lancen emisiones de deuda argentina, con apoyo venezolano. Argentina, así mismo, hace unos años que suscribió con Brasil el Consenso de Buenos Aires para negociar conjuntamente la deuda y contribuir a derrotar –como efectivamente se hizo- la estrategia norteamericana de imponer el ALCA en su concepción original.
Encabezando el llamado Grupo de los 20, ambos países han incursionado también con éxito en la OMC frente al injusto proteccionismo europeo y norteamericano en los productos agrícolas. Estas contundentes iniciativas desataron en su momento una solapada pero perceptible guerra de desinformación y de desprestigio contra el gobierno argentino y el brasileño.
Con ayuda venezolana, en definitiva, el presidente argentino Néstor Kirchner ha triunfado en sus esfuerzos por resistir el asalto del FMI y el Banco Mundial. Los países del Mercosur han terminado en verdad por independizarse completamente de la dictadura del Fondo Monetario Internacional y de sus famosas “condicionalidades”.
No obstante, Brasil debió desembolsar en los últimos cuatro años, por causa de la deuda, una cantidad cercana a los 200 mil millones de dólares.
México, por su parte, vive una realidad aun más dramática, pues ha tenido que resignarse a entregar su capacidad financiera a los bancos angloamericanos, que ahora apoyan firmemente las operaciones dirigidas a despojarlo de su industria petrolera (PEMEX) para entregársela a la Exxon-Mobil y a la Chevron-Texaco. Las presiones para la privatización de PEMEX aumentan con la propagación sistemática de la idea, por parte de los medios cómplices, de que la empresa, increíblemente, está quebrada
El caso de México ilustra en forma conmovedora la urgente necesidad de desarrollar y fortalecer la potencialidad financiera latinoamericana que hace falta para sostener el flujo permanente de inversiones que exigen sobre todo las operaciones de las compañías estatales latinoamericanas de petróleo y gas, de forma de garantizar su vitalidad y proyección futura.

Batalla Energética
Se ha dicho con mucha razón que la energía –petróleo y gas- está cumpliendo en América Latina el papel que jugaron el hierro y el acero como actividades productivas que sirvieron de dinamizadores iniciales al proceso de integración de las economías de los países europeos. Y en verdad no existe ningún otro ámbito de la economía continental en el que se hayan formulado y puesto en marcha políticas y proyectos más ambiciosos dirigidos hacia la formación de un espacio unificado de acción en un continente pletórico de recursos energéticos de origen fósil.
Ejemplo de ello es el gran proyecto del Gasoducto del Sur, concebido para llevar el gas venezolano al extremo sur de Suramérica, pasando por Brasil, y destinado a enlazarse con el resto de las redes de distribución de gas, con origen en Bolivia y otros países.
Se trata de la verdadera columna vertebral del Poder Energético Suramericano.
Pero así como el Gasoducto del Sur es la infraestructura que va a solventar las necesidades energéticas ya planteadas por una economía en pleno desarrollo, ha nacido también una entidad capaz de formular y aplicar las políticas y estrategias más adecuadas para defender los intereses de los países suramericanos exportadores de gas, en su conjunto. Esta entidad es Opegasur, cuyo reciente lanzamiento en Buenos Aires ha tenido además la virtud de apresurar la inmediata aparición en Doha, Qatar, de una organización similar a escala planetaria, la llamada OPEP del gas, la cual controla alrededor del 70% de la producción mundial de gas.
Este nuevo actor está llamado a jugar un papel estelar en el escenario mundial de la energía. Los cambios acelerados en la configuración del poder mundial, en efecto, se encuentran marcados ante todo por la creciente significación estratégica del gas y del petróleo, en virtud de la aguda crisis energética que atenaza el planeta. Rusia, China, Irán y Venezuela –países que junto a Argelia y Qatar conforman la naciente OPEP del gas- son todos protagonistas de primera línea del proceso de cambios geopolíticos mundiales, en buena medida gracias a su relevancia como productores de hidrocarburos.
Las empresas petroleras estatales de estos países, junto a las de Arabia Saudita, Brasil y Malasia, forman justamente el grupo de lo que el Financial Times ha llamado las “nuevas siete hermanas” del petróleo, símbolo del nuevo orden geopolítico mundial que va surgiendo a raíz del paulatino desplazamiento del antiguo Poder Nacional anglosajón.
Como es bien sabido, este poder nacional y militar de los países anglosajones dominó el mundo durante gran parte del siglo XX de la mano del enorme poder alcanzado por la antiguas “siete hermanas” del petróleo, y en estrechísima unión con el decisivo poder financiero de Wall Street y de la City de Londres. Después de algunas fusiones, las siete viejas hermanas se redujeron a cuatro: Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, British Petroleum y Shell. Todas son corporaciones privadas anglosajonas y subyugaron el mercado durante mucho tiempo, pero hoy no controlan más allá del 10% de la producción de petróleo ni poseen más de un 3% de los yacimientos planetarios. En contraste, las “nuevas siete hermanas”, todas estatales y de países “en desarrollo”, controlan más del 33% de la producción y poseen más del 33% de los yacimientos. Ciertamente, no existe hoy sobre la tierra un núcleo de poder estratégico más formidable y con más proyección.
Rafael Correa, el nuevo presidente del Ecuador, ha pronunciado una frase contundente que describe en forma precisa el espíritu de los nuevos tiempos que hoy se viven en todo el mundo: “no presenciamos una época de cambios, sino más bien un cambio de época”.

Y, en efecto, no podemos entender el espíritu de los nuevos tiempos si no atendemos a la verdad esencial de que asistimos a un cambio civilizatorio de enorme amplitud e intensidad que hoy tiene su epicentro en lugares como China, Rusia o la América Latina. Y esta emergencia de un tiempo nuevo se manifiesta en nuevas realidades, absolutamente distintas y en muchos casos opuestas a las usuales, a las que marcaron la existencia del orden antiguo en trance de rápida disolución.

Esta alianza de las nuevas siete hermanas estatales y no anglosajonas simboliza el cambio de época que deja atrás irremisiblemente al antiguo orden signado por el poder de las antiguas siete hermanas corporativas, privadas y anglosajonas, fusionadas con el poder nacional anglosajón, tanto en su expresión económica y financiera, como en su aspecto geopolítico, militar e incluso cultural.
En cuanto a la OPEP del gas –íntimamente vinculada al poderío de estas empresas- cuenta además con el respetable poder disuasivo que proporciona el paraguas nuclear de rusos y chinos.
Otra iniciativa de enorme interés, y ya hecha realidad en medida considerable, es Petrocaribe, la empresa multiestatal impulsada por Venezuela y destinada a proveer seguridad energética a toda la región del Caribe. Dicho sea de paso, la inicial reticencia de Trinidad y Tobago a coordinar con Venezuela su política de hidrocarburos ha empezado a ceder recientemente ante la oportunidad de oro que tiene este país caribeño –un importante exportador- de integrar también la mencionada OPEP del gas.
Opegasur, por su parte, la flamante organización de países suramericanos exportadores de gas, agrupa por ahora a Argentina, Venezuela y Bolivia. Este último país, en el marco del proceso inaugurado bajo el liderazgo de Evo Morales, ha comenzado a renegociar con las compañías extranjeras condiciones más ventajosas en la producción del gas. Falta aun mucho por lograr, pero el pueblo boliviano muestra una creciente conciencia y voluntad política en la defensa de sus recursos naturales. Otro tanto puede afirmarse del Ecuador, importante país petrolero que ha anunciado recientemente su reincorporación a la OPEP.
El nacimiento de una Opep latinoamericana del gas vuelve a poner sobre el tapete la posibilidad –siempre real- de contar en el futuro inmediato con una correspondiente Opep latinoamericana del petróleo que necesariamente tendría como polos a Pdvsa y Pemex, las dos grandes compañías estatales de los países latinoamericanos que exportan el producto, básicamente al mercado estadounidense. Ya hemos comentado en este informe la situación actual de la petrolera mexicana, asediada por las fuerzas privatizadoras. Sin embargo, el mismo Presidente Calderón, durante la reciente visita de Bush al país, debió negar enfáticamente la posibilidad de la privatización de Pemex. Se trata de un tema sumamente inflamable en México, y ya numerosos grupos políticos y sociales del país han manifestado su firme voluntad de rechazar cualquier intento de entregar la “joya de la corona” mexicana a la voracidad de las fieras anglosajonas, ya un tanto desdentadas pero todavía muy agresivas.
Si México resiste y se crean a corto plazo las condiciones adecuadas para su incorporación a la nueva geopolítica del petróleo y el gas, podremos ser testigos de un extraordinario acontecimiento que daría un impulso definitivamente ganador al Poder Energético Latinoamericano. Ya no solamente suramericano. Una posibilidad que debe ser vista con pánico por las fuerzas imperiales.
En resumen, no se peca de falta de realismo si contemplamos con optimismo las perspectivas de fortalecimiento del Poder Energético de Suramérica.
Pudiera aducirse, no obstante, que Petrobras –después de todo una empresa mixta- no muestra todavía el grado de compromiso exigible para lanzarnos a pensar en serio que otro mundo es posible en el ámbito de la energía. Acaso sea cierto. Jamás se ha pensado que estos procesos de unión continental sean fáciles ni directos. Conflictos y dificultades están a la orden del día. Con todo, en un plazo más bien breve, la fuerza de los hechos deberá imponerse y veremos al Brasil incorporado vigorosamente al esfuerzo de construcción de la Unión del Sur, no sólo en lo que atañe a la energía. No debe olvidarse que Venezuela se ha convertido en el país con las reservas de hidrocarburos más importantes del mundo, y que actualmente va tomando pleno control de tal riqueza. Cuando se disipe el humo del desesperado conjuro anglosajón por evadir la dura realidad y se esfume el sueño pasajero y estupefaciente del etanol, todo volverá a perfilarse como realmente es y los porfiados hechos se impondrán como siempre.

Un Poder Militar en formación
El propósito del poder nacional angloamericano siempre ha sido el de dominar la economía, la política, la cultura y las instituciones de Latinoamérica y el Caribe. Su estrategia coordinó el predominio económico y financiero (FMI, ALCA, TLCs, etc) con la hegemonía política (OEA, diplomacia bilateral y multilateral, CRE, USAID), la absorción cultural (fundaciones que influyen en la educación, industria del entretenimiento y la información, redes académicas) y, no menos importante, el control militar y policial. Y es precisamente en el área militar donde muchos observadores perciben hoy el mayor esfuerzo estadounidense por asumir el control e impedir el surgimiento de un poder militar suramericano independiente, especialmente después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y el subsiguiente lanzamiento de la guerra contra el terrorismo y las operaciones militares contra Afganistán e Irak.

Lo primero a considerar es la situación actual de las bases militares norteamericanas en el territorio de la América Latina, para luego explorar algunas temas específicos, como el desenvolvimiento del Plan Colombia, el peligro que corren tanto la Amazonia como las demás cuencas hidrográficas suramericanas, la hostilidad militar permanente hacia Venezuela y Cuba, la militarización de la frontera mexicana y la ocupación militar de Haití.

Hay que recordar que durante los años del auge globalizador, los Estados Unidos abandonaron su énfasis en la doctrina de Seguridad Nacional –que garantizaba la subordinación del poder militar latinoamericano a Estados Unidos y a la OTAN- para perseguir abiertamente la destrucción de las fuerzas armadas latinoamericanas.

Un mundo globalizado, sin estados nacionales soberanos, debía abandonar su defensa en manos del estado imperial. Se invocaban además razones económicas, cónsonas con el modelo neoliberal de reducir al mínimo al estado y sus gastos, con inclusión de los presupuestos militares. Se manipuló también el tema de los derechos humanos para desprestigiar a las instituciones armadas como tales y dejar a los países indefensos, a merced de las fuerzas armadas estadounidenses, que debían encargarse de coordinar con los cuerpos armados locales –reducidos al mínimo- las operaciones de represión al narcotráfico y al terrorismo, únicos peligros visibles.

Adelantemos que este designio imperial ha sufrido, de hecho, graves tropiezos. La resurrección del concepto de estado nacional, que ha puesto al desnudo el desmoronamiento de la globalización en todo el mundo, ha significado también la devolución de la salud y la vitalidad de las instituciones armadas, al menos en los países más grandes de Latinoamérica.

Por otra parte, el abandono de la doctrina de Seguridad Nacional no condujo a la adopción de la nueva doctrina norteamericana que eleva al terrorismo y al narcotráfico como los nuevos temas que garantizan la subordinación militar del subcontinente. En una reunión militar en el Ecuador, hace pocos años, los ministros de la defensa de los países latinoamericanos dejaron en claro que la preocupación más importante en cuanto a la defensa nacional gira alrededor de temas como la pobreza, la exclusión social y la defensa de sus recursos naturales, mucho más que de temas secundarios para la región, como el mismo terrorismo.

No obstante, los norteamericanos realizan esfuerzos manifiestos por revivir cadáveres como la infame Escuela de las Américas, objetivo crecientemente resistido hoy en la América Latina. No se abandonan los intentos por mantener una suerte de tutela sobre las fuerzas armadas de los países latinoamericanos mediante cursos a oficiales, misiones militares u operaciones conjuntas.

Es en este contexto que hay que evaluar la presencia actual de efectivos norteamericanos en el Paraguay y otros países y la pretensión de que gocen de impunidad judicial. Precisamente se trata de situaciones en las que se siguen usando los temas del narcotráfico y el terrorismo como pretexto para obtener posiciones militares privilegiadas en Latinoamérica, un grave asunto que nos permite volver al tema de las bases militares.

Sobre este punto puede afirmarse que, salvo el anuncio del cierre de la base de Manta, posiblemente en el 2009, en los últimos tiempos no se ha modificado mayormente el cuadro de la presencia de fuerzas estadounidenses en diversos países de la América Latina.

Por el contrario, muchos perciben más bien un crecimiento de esta presencia militar, que se traduce en la existencia de unas 15 bases, destinadas a la vigilancia permanente de los territorios y al entrenamiento de efectivos militares. El fin último de esta vasta operación, dirigida por el Comando Sur de la Fuerza Armada estadounidense, es el de expandir su permanencia en el continente para combatir directamente a los grupos sociales y políticos que consideran hostiles a sus intereses, buscar la apertura definitiva de los mercados, defender eventualmente las inversiones norteamericanas, garantizarse el aprovechamiento del capital humano calificado y, finalmente, apropiarse de los recursos naturales: bioversidad, agua dulce, grandes extensiones de tierra agrícola, petróleo, gas, minerales estratégicos.

El Plan Colombia, nave insignia de este intento de dominación militar, está siendo resistido sin embargo, de una forma muy enérgica, por diversas fuerzas sociales en Colombia, en el Ecuador y en Venezuela. El Presidente Correa ha denunciado recientemente las fumigaciones con glisofato en las plantaciones de coca en la frontera y ha podido detener la complicidad de una parte de la Fuerza Armada ecuatoriana en las operaciones del Plan Colombia.

Dentro de Colombia, ha habido asimismo denuncias recientes de la indignante participación de efectivos estadounidenses en acciones represivas en zonas campesinas. La evidencia de colaboración de los gobiernos y las fuerzas armadas colombianas con los siniestros paramilitares, y sus abusos en contra de los derechos humanos, ha contribuido a desprestigiar el Plan Colombia tanto en la misma Colombia como en los Estados Unidos. En este país se practica, por cierto, una gran hipocresía en cuanto a esto, porque ha sido el Comando Sur y los gobiernos estadounidenses quienes han patrocinado el desarrollo del paramilitarismo en Colombia. Ahora quieren responsabilizar exclusivamente a las Fuerzas Armadas colombianas para desacreditar la institución armada como tal, de acuerdo al modelo seguido en Argentina, Chile y Brasil. Después de haber alentado enérgicamente a una buena parte de las instituciones armadas de estos países a los peores actos de represión, tortura y muerte en contra de sus poblaciones, los gobiernos estadounidenses, los medios y otras instituciones, se lavan ahora las manos y se proclaman los santos patronos de los derechos humanos.

Venezuela, por su parte, prosigue sus planes responsables de fortalecimiento militar ante la manifiesta hostilidad de Estados Unidos. Esta potencia bloquea descaradamente el acceso venezolano a los suministros militares e insiste en que Venezuela ha iniciado una carrera armamentista, cuando en verdad países como Colombia y Chile gastan mucho más en este rubro.

Cuba, asimismo, está permanentemente amenazada desde 1959, por lo que la isla ha debido dotarse de un sistema muy avanzado de defensa conocido como Guerra de Todo el Pueblo.

En cuanto a la situación en la frontera mexicana, se encuentra dominada por el tema del narcotráfico y de la inmigración ilegal. Con estos cuentos, Estados Unidos militariza su frontera y proyecta la acción del Comando Sur a lo largo de toda Centroamérica.

Se aguarda el fin, a plazo breve, de la ocupación militar de Haití, que contó con la participación de las Fuerzas armadas de Brasil, Chile y otros países. No se espera lo mismo de la base naval de Guantánamo, convertida ahora en una siniestra prisión, como tampoco se entrevé la desaparición de las bases navales en Curazao, Aruba y Puerto Rico, que han sido escenario de operaciones militares recientes dirigidas notoriamente a hostilizar a Venezuela. Barcos de guerra norteamericanos incursionaron cerca de las costas venezolanas también durante el golpe militar de abril del 2002.

En ningún caso puede imaginarse que los angloamericanos hayan abandonado el visible propósito de acabar con las fuerzas armadas de los países de Latinoamérica, acorde con su objetivo de destruir la soberanía de los estados nacionales de este continente. En muchos países persiste la reducción de los presupuestos y una sorda campaña de desprestigio contra las fuerzas armadas. En otros, se anuncia su total desaparición.

Tal no puede ser el caso, por supuesto, de la institución militar argentina, país que fuera traicionado por los norteamericanos durante la guerra de las Malvinas. En esa oportunidad, el famoso Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca quedó tirado por los suelos. Lastimosamente, hubo sectores políticos y militares de otros países de América Latina que fueron activos partícipes de tal traición.

Un elemento clave, por último, en la estrategia militar de dominación angloamericana, consiste en la definición de planes multinacionales de desarrollo económico y de infraestructura, como el Plan Puebla-Panamá, la Iniciativa de Integración Regional Suramericana (IIRSA), la Iniciativa Regional Andina y, ahora, el novísimo acuerdo sobre el Etanol y los biocombustibles. Todos estos vastos proyectos poseen un ingrediente militar y están concebidos para imponer el fracasado modelo económico liberal de superexplotación de los recursos, previa privatización, con el apoyo financiero de los instrumentos de dominación angloamericana en esta área: el Banco Mundial, el FMI, el BID y otros organismos similares.

Surge como impostergable imperativo, en síntesis, la rápida formación de un Poder Militar Suramericano capaz de acompañar –con unidad de mando- el actual proceso indetenible de la segunda independencia. Y este Poder Militar tiene tareas inmediatas igualmente impostergables. Una de ellas, la necesidad de organizar un sistema eficaz de defensa de áreas geográficas sensibles, como el acuífero guaraní, o la Amazonia. No puede seguirse viendo con indiferencia, por ejemplo, la presencia militar norteamericana en Colombia. A partir del anuncio del Presidente Correa de la formulación de un Plan Ecuador destinado a defender el territorio de las amenazas derivadas del Plan Colombia, se debe avanzar hacia el desarrollo de un espacio militar y político de mediación –por parte del naciente poder nacional suramericano- que genere una salida de las fuerzas angloamericanas de territorio colombiano.

Batalla social, cultural y de las ideas
América Latina ha sido en verdad sometida, desde los comienzos de su vida independiente, a intensas y extensas operaciones de guerra cultural, psicológica y de información, cuyo objetivo principal es el de despojarla de su conciencia histórica y cultural para favorecer los planes de dominación imperial. Esto es así desde los tiempos de la formulación del Destino Manifiesto, de la Doctrina Monroe y del infame corolario Roosevelt. La destrucción de la cultura de los pueblos que se conquistan es un procedimiento usual de los imperios, desde la más remota antigüedad, hasta los días que corren. Téngase presente, a modo de ejemplo revelador, la deliberada destrucción de las obras, libros, archivos y demás bienes del acervo cultural de Irak a manos de los angloamericanos, tal como lo hicieron, en su momento, los mongoles. La escala de destrucción cultural abarca desde la asimilación y deformación de valores y costumbres –procedimiento habitual de los romanos- hasta la aniquilación física del patrimonio. Así procedieron los españoles con las culturas primigenias de América, los franceses e ingleses en Africa y el Oriente, y también el protoimperio nazi.
El particular sello cultural de Latinoamérica y el Caribe, el genio de sus lenguas, el temple de sus convicciones y fervores espirituales, de sus creencias, valores y costumbres, la conciencia aguda de su historia y de sus tradiciones, el espíritu nacional –en resumen- indistinguible del espíritu del pueblo, fundamento cierto de la existencia de la nación, no es algo que esté ahora simplemente amenazado. Más preciso es afirmar que se encuentra profundamente perturbado, desde hace muchísimo tiempo, en razón de la prolongada guerra cultural que el imperio ha librado a plena conciencia.
La conquista de las mentes y los corazones es el propósito deliberado del poder nacional angloamericano. Y este es también el objetivo explícito de las llamadas guerras de cuarta generación, libradas con sofisticación creciente en el terreno de la cultura para evitar distraer fuerzas y recursos orientados a la destrucción física.
Un caso demostrativo del formidable poder que emana de estas armas de conquista suave, es el de las poderosas industrias culturales norteamericanas, especialmente las destinadas al mercado del entretenimiento y de la información. La pésima opinión que tienen muchos latinoamericanos sobre sus propios países, culturas y valores suele provenir directamente de los estereotipos divulgados sin escrúpulos por los desmedidos productos anglosajones de información y entretenimiento masivo, desde los noticieros de CNN hasta las comedias del canal Sony, pasando por casi todo el cine de Hollywood.
Y es en este terreno donde han empezado a surgir esfuerzos que indican una seria voluntad no sólo de resistir el avasallamiento de las industrias culturales angloamericanas, sino de pasar eventualmente a la ofensiva en el terreno de la información y el entretenimiento. Tal es el caso del canal Telesur, respaldado por Venezuela y otros estados latinoamericanos. Por lo pronto, Telesur se limita a la información y a la divulgación cultural, pero su proyección es enorme. No está lejano el día en que los latinoamericanos puedan contar con una extensa red de medios audiovisuales, de presencia mundial, que les permita mirar y reflejar su extraordinaria cultura, su historia y su futuro, así como la cultura, la historia y el futuro de otros pueblos, con sus propios ojos y oídos latino-caribeños. Las industrias culturales brasileñas, argentinas, mexicanas, venezolanas y colombianas siempre mostraron un gran potencial que nunca tuvo espacio para realizarse plenamente. Bien en virtud de la fuerte posición global –virtualmente monopólica - de la industria norteamericana, o bien en razón de la mediocridad general de unos contenidos cada vez más políticamente orientados a idiotizar las audiencias y a amoldarlas a los nuevos diseños culturales provenientes del imperio.
Hoy en día la situación empieza a ser distinta. Se trata en verdad de otro de los numerosos frentes mundiales de retroceso –pausado, pero innegable- del poder nacional angloamericano.
Es el vacío de poder cultural que va engendrando esta retirada lo que le permite a los pueblos de Latinoamérica proseguir con mayor ímpetu que nunca su lucha centenaria de preservación cultural. Caso notable es el de los pueblos indígenas, primados del continente, que más allá de la reivindicación de sus postergados derechos sociales y económicos y la recuperación de la dignidad de sus culturas, se ponen al frente de la nación en la batalla por el enaltecimiento, la independencia y el bienestar de toda la sociedad.
De forma análoga, diversos movimientos sociales siguen enfrentando con éxito los sucesivos intentos de privatización de servicios básicos, de empresas estratégicas y de seguridad social, al tiempo que nuevas opciones políticas –responsables y maduras- afines al nuevo orden nacional en formación - opuestas al liberalismo y a la alineación estadounidense- se levantan con expectativas de triunfo en países como México, Perú, Paraguay, Guatemala y la misma Colombia.
Una buena razón para este fortalecimiento de la resistencia de los movimientos sociales y políticos en Latinoamérica es que las tradicionales políticas norteamericanas de libre comercio se encuentran bastante desprestigiadas. El recorte de gastos en educación, salud y planes sociales para servir una deuda creciente es algo que ya los pueblos no toleran. Tampoco se cree que la solución viene por la vía de las mitológicas inversiones extranjeras. Todo el mundo sabe que suelen venir a hacerse cargo de negocios fáciles y rentables: monopolios de servicios en vías de privatización graciosa, y empresas y bienes nacionales adquiribles a precios de gallina flaca.
En América Latina, la situación general se encuentra signada en verdad por la decadencia manifiesta del neoliberalismo en el discurso político, empresarial y académico, cómo reflejo del ya reconocido fracaso de estas políticas. Esta nueva actitud ya ha sido registrada debidamente por el mundo académico norteamericano.
Y es por esta causa que los grupos locales más timoratos o sumisos se ven en duros aprietos para mantener la ilusión de que es posible sobrevivir plegados al liderazgo de los grandes poderes mundiales. Sin embargo, largos años de renuncia al pensamiento independiente han dejado efectos muy difíciles de superar. Problemas de solución compleja, como la deuda externa, son afrontados por los países en forma aislada hasta el punto de adoptar decisiones que acarrean graves consecuencias para la nación latinoamericana en su conjunto, en una época que exige la acción concertada, por no decir un mando unificado. Las consecuencias de este aislamiento no son otras que la esclavitud nacional y la pérdida de la extraordinaria oportunidad de fortalecer el poder nacional latinoamericano. Otro duro ejemplo es el de la lucha aislada de los mexicanos en contra de las políticas migratorias de los Estados Unidos, especialmente represivas y discriminatorias, que han culminado en el proyecto de construcción de un vergonzoso muro de separación en la frontera méxico-estadounidense.
La profunda tradición histórica del pueblo latinoamericano en cuanto a la soberanía del estado nacional, la participación en el ideal civilizado de bien común y el reconocimiento de la dignidad de todas las culturas y de todos los seres humanos, sigue expresándose hoy –en toda América Latina- en innumerables instituciones sociales, políticas, culturales y militares, a pesar de su transitorio desconcierto y degradación a manos de una activísima ofensiva ideológica y cultural que, a fuerza de programación lingüística, repetición propagandística y argumentos de poder, ha querido imponer los nuevos dogmas de la muerte del estado nacional soberano, de la forzosa dependencia de los centros imperiales, o de la exclusión de millones de personas de la vida civilizada. No obstante, quizás la lucha más encarnizada y decisiva en la guerra por la segunda independencia de América Latina se libra hoy en las mentes, corazones y espíritus de las clases medias y populares de los diversos países de la región. La llamada guerra de las ideas, interpretada por el poder estadounidense como una intensa guerra psicológica y cultural. Cuando se consolide la victoria definitiva en el espacio cultural, cuando se imponga claramente el sistema de valores propio del nuevo poder cultural que corresponde a un fuerte Poder Nacional Suramericano, podremos hablar sin ninguna duda de un punto de no retorno en la consolidación de tal poder.
Por lo pronto, América Latina ya muestra nítidamente la inteligencia y el coraje suficientes para romper con la manera tradicional y despreocupada de entender y vivir el mundo.
Una encrucijada histórica
En resumen, todavía persisten muchos asuntos por resolver, puntuales y emblemáticos, en la lucha de América Latina por su segunda independencia: la guerra en Colombia, la defensa militar efectiva de las áreas geográficas sensibles, la eliminación de las bases militares estadounidenses y del arco de contención geopolítica que Estados Unidos ha tendido frente a Venezuela, o el impedimento del Plan Puebla Panamá y del IIRSA.
Están por completarse, asimismo, procesos como el afianzamiento del MERCOSUR, el fin del bloqueo a Cuba, la recuperación efectiva del Canal de Panamá, la solución del problema haitiano o la emancipación de Puerto Rico. Como se aguarda también la definitiva consolidación de la Revolución Bolivariana y de los procesos políticos de Ecuador y Bolivia, así como la reversión definitiva del proceso de entrega de bancos, recursos energéticos, reservas de agua, empresas públicas e industrias culturales, al amparo de los TLC.
Pero, a pesar de estas dificultades e interrogantes, puede afirmarse sin ninguna duda que los países de la América Latina y el Caribe han ingresado a un nuevo tiempo histórico caracterizado por la redistribución acelerada del poder mundial. En consecuencia, se encuentran marcados por la exigencia de consolidar un bloque de poder autónomo. Más allá de enfrentar un grave asunto de elemental supervivencia, los latinoamericanos de pronto percibimos maravillados la luz poderosa que proviene de un gigantesco boquete abierto en la noche de la historia, un milagroso y resplandeciente tragaluz que bien puede conducirnos al reino prometido de la más portentosa libertad creadora de todos los tiempos.


Ofensiva
Mucho más allá de la mera resistencia, en la América Latina ya se ha conformado, según hemos podido establecer en este trabajo, un eje de acción política, social y económica concertadas que se encuentra en plena ofensiva. La reciente gira fracasada de George W. Bush a varios países de la región, en contraste con la muy exitosa gira simultánea de Hugo Chávez, ilustra suficientemente el punto. En plazo breve, la ofensiva tiene trazas de proyectarse también en los planos diplomático y militar.
Hemos visto también que es en Brasil donde las fuerzas independentistas luchan contra una inesperada variante socialdemócrata inclinada a perpetuar el sometimiento político y financiero. Esta opción política, para colmo, parece coquetear abiertamente con una vuelta a la vieja doctrina Brzezinski-Kissinger que le asignaba al Brasil el papel de “potencia regional subsidiaria” de los angloamericanos. A esto fue tentada, efectivamente, con el tema del Etanol, durante la reciente visita de Bush.
En Brasil, como en el resto de los grandes países latinoamericanos, siempre han existido grupos liberales, practicantes de un insensible pragmatismo antinacional, capaces en definitiva de entregar la soberanía nacional a manos de potencias extranjeras. Así procedieron las víboras que provocaron la muerte de Getulio Vargas, a quien no le perdonaron su alianza independentista con Perón. Carlos Menem, el expresidente argentino, es otro ejemplo acabado de esta frialdad de serpiente, al igual que Vicente Fox, o el mismo Fernando Henrique Cardoso, otra variante socialdemócrata de este helado pragmatismo, incapaz de sentir una pizca de honor o dignidad brasileña, no digamos suramericana.
Son los mismos descreídos, socarrones y cínicos que tildan mezquinamente al proyecto de Unión Suramericana de “romántico” y al mismo tiempo mantienen la vana ilusión de que Argentina, México o Brasil puedan ingresar al “Primer Mundo” de la mano del poder nacional anglosajón. No se duda que el tema del ingreso de Brasil al Consejo de Seguridad de la ONU haya sido convenientemente manipulado “al viejo estilo geopolítico inglés”, por Bush y los suyos, durante las últimas reuniones con Lula, en Sao Paulo y Camp David.
Por ahora, no obstante, lo indiscutible sigue siendo que Brasil, junto a Argentina, Uruguay, Paraguay y otros países, forma parte aún de lo que podría considerarse una segunda línea de fuego, vale decir, la vital retaguardia estratégica, en una dura pelea por la soberanía que tiene en la vanguardia, en la primera línea, a Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
En síntesis, en el momento en que se redacta este informe, el continente como un todo parece en definitiva encaminado a terminar de adoptar, en breve plazo, la firme determinación de construir rápidamente el Poder Nacional Suramericano, el sexto polo del nuevo orden mundial multipolar que emerge a pasos agigantados. No obstante, tal vez sea en Brasil donde se esté jugando ahora el destino de la patria grande, vale decir, la posibilidad de alcanzar el punto de no retorno en este duro camino hacia la independencia nacional. En lo inmediato, el éxito parece depender, en efecto, de la determinación de la dirigencia brasileña por resolverse a cooperar para construir y consolidar, de una vez, las siguientes bases del Poder Nacional Suramericano:
· Poder Político: la Unión del Sur. Una sola gran nación y varios estados. Visión estratégica y geopolítica unificada. Diplomacia coordinada. Instituciones legislativas y parlamentarias comunes.
· Poder Económico: consolidación y reorientación del MERCOSUR con el objetivo de convertirlo en un instrumento realmente útil para el desarrollo económico y social, en una herramienta para la industrialización y el desarrollo educativo y tecnológico. Defensa conjunta de políticas comerciales comunes. Desarrollo de grandes obras de infraestructura y de un próspero mercado interno. Acción coordinada de las grandes empresas estatales. Acelerado desarrollo científico y tecnológico. Sinergia industrial de altísima capacidad principalmente alrededor del petróleo y la energía, de la agroindustria, aeronáutica, industria nuclear y biotecnología.
· Poder Energético: sólida alianza de Petrobras, PDVSA y otras empresas de petróleo y gas de propiedad estatal, incluso de otras partes del mundo, alrededor de proyectos comunes. Construcción del Gasoducto del Sur. Fortalecimiento de la OPEP, creación de la organización latinoamericana de productores de gas. Desarrollo de energía nuclear y otras formas de energía.
· Poder Financiero: Banco del Sur y otras instituciones y mecanismos financieros. Nueva arquitectura financiera suramericana. Unidad monetaria común.
· Poder Cultural: Moral y luces. Transformación del entorno cultural regido por valores antinacionales e individualistas, de estirpe liberal, y generación de una nueva ética basada en el reconocimiento y el amor al prójimo, en la cooperación creativa, en la cultura del esfuerzo productivo, en la búsqueda de la justicia social y en el amor a la patria y a la humanidad. Establecimiento de una red consolidada de industrias culturales de proyección mundial. Fortalecimiento de Telesur y desarrollo de iniciativas afines y complementarias. Elevación exponencial del nivel moral y espiritual, educativo, cultural y científico de los suramericanos.
· Poder Militar: Coordinación de las Fuerzas Armadas de los países de Suramérica alrededor de la defensa de los recursos de la cuenca amazónica, de la Orinoquia, del acuífero guaraní, del afianzamiento de las posiciones estratégicas en el Caribe, el Pacífico y el Atlántico Sur, y, en general, para fortalecer y proteger el espacio geopolítico y geoeconómico de la nación suramericana.
· Poder Social: Lucha contra las políticas monetaristas y fundamentalistas de mercado. Inclusión de los excluidos en los procesos educativos, sistemas de salud, planes de vivienda y otros derechos sociales básicos. Garantía de seguridad alimentaria. Fortalecimiento del poder de las comunidades y participación activa y protagónica de las mismas en la gestión pública. Socialismo del siglo XXI.
En este proceso de construcción del Poder Nacional Suramericano, cumple un papel importantísimo la apelación a un modelo económico estatal - y multiestatal - que sea garantía del efectivo control social de los recursos nacionales.
El Poder Nacional Suramericano, por último, hunde sus raíces en la tierra fértil de las riquísimas tradiciones históricas, culturales, espirituales, morales y míticas de los pueblos de la América Latina. Se nutre de sus propios valores trascendentes y de su propio universo de saberes, y busca valientemente trascender las resquebrajadas bases filosóficas y metafísicas de una civilización moderna ya en trance de destrucción acelerada. Por lo tanto, el nuevo modelo político y social latinoamericano no puede ser simplemente otro hijo de la Ilustración, como el capitalismo fracasado o el llamado socialismo real del siglo XX. Más bien debe buscar su afianzamiento en una verdadera renovación de los valores, a partir de la hondura vital de los pueblos, de la entrañable espiritualidad presente tanto en la vida de las comunidades indígenas como en la indudable raíz africana e hispanoárabe del cristianismo popular.


Vacilar es perdernos
Extrañamente, algunos sectores brasileños parecen ahora vacilar en tomar el único camino que conduce, en las circunstancias actuales, a salvarse del sometimiento colonial y de un acelerado empobrecimiento. Parece persistir la ilusión, en Itamaraty y en ciertos líderes despistados, de que se puede seguir, sin graves riesgos, atados al carro de un poder mundial que, de hecho, se encuentra en trayectoria de desastre. O acaso los brasileños pudieran pensar que ellos solos, en virtud de su relativo desarrollo económico autónomo, de la magnitud de su economía y de su población, así como de las dimensiones colosales de su territorio, tengan ocasión de constituirse en un polo independiente de poder, de espaldas a sus vecinos. Nada más ilusorio. Solo una poderosa e independiente Unión del Sur, volcada a garantizar a su población niveles crecientes de bienestar, es garantía de prosperidad y cumplimiento de los ideales de civilización, siempre postergados, que han sido patrimonio histórico de los pueblos latinoamericanos.
Sería suicida desaprovechar la extraordinaria situación presente de retirada forzosa de las posiciones imperiales en todo el planeta. Vacilar es perdernos. Flaquear ahora nos conduce a tener que resignarnos, una vez más, a que otros nos impongan, a la larga, humillantes limitaciones al desenvolvimiento de nuestras potencialidades económicas, políticas y culturales.
Como hemos podido mostrar, el programa general esbozado de consolidación del Poder Nacional Suramericano ya está en marcha desde hace algún tiempo, aunque haya tenido que seguir hasta ahora una trayectoria zigzagueante, muy entendible en virtud de las enormes dificultades a vencer. Se ha recorrido un importante trecho, pero ahora llegamos a una verdadera encrucijada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente trabajo, lamento que no sea tan frecuente.
R.Ramos

Anónimo dijo...

POR FAVOR URGE UN ANALISIS SOBRE EL ESTADO DEL MUNDO PARA CIERRE DE AÑO.

GRACIAS.